viernes, 27 de julio de 2012

LEYENDAS DE SAN MARCOS DE LEÓN



Toche, armadillo, quirquincho, cusuco, pitero, tatú, pirca,
 mulita, peludo, piche, cachicamo, gurre, carachupa
La cuesta del toche
La neblina chocaba con la hojarasca de la finca de café "Cañada Honda" de don Nacho, con los dedos engarrotados y llenos de arrugas por el frio húmedo que cobijaba las frondosas matas de café, lo que hacía que los cortadores se entumieran de las manos, pero a "Ron Nacho" le urgia terminar, era el primer corte después de la “pepena” y no quería dejar en la mata los brillantes granos de café robusta. Algunos cortadores se soplaban las manos para darse calor con el vaho que al salir de la boca se hacía más frio y húmedo, las mujeres que andaban en el corte mascullaban entre labios rogando al  dios de los cielos que se le ablandara el corazón a don Nachito y dijera que ya terminaba el corte por ese día. Pero no hizo falta de tantas plegarias, la oscuridad de la tarde se sumó a la neblina y más tarde que nunca abrigo a las matas de café como queriéndolas proteger del corte que le hacían a sus granos.
Todos los cortadores corrieron al jacal cuando escucharon el primer grito de don Nacho, él ya estaba listo con la romana, el cuaderno y el lápiz, tan necesarios a la hora de hacer la pesada del corte del día. Uno por uno se fue acercando al jacal para pesar y salir corriendo a su casa y tomarse un café bien caliente con su telera y si la economía estaba mejor se acompañaría con unas galletas de animalitos.
En el jacal solo quedo Don Nachito, su mula y los dos perros que siempre lo acompañaban, “el jolopo” y “el kenedy”, con la ayuda de una garrocha en forma de “Y” subió la carga compuesta por dos costales llenos de café a la mula y le asobronó una lona con los “poquitos”, el camino de "Cañada Honda" a la compra de café era largo y así como estaba la tarde lo mejor sería salir ya de la finca para llegar temprano a su casa allá por la colonia Hernández Ochoa.
El camino estaba desierto y al llegar por el “Santo Niño” la tarde estaba más clara, hasta se arrepintió de sacar a los cortadores tan temprano pues ya iba a escampar.
Pero ya era tarde y no había otra que llegar a casa y echarse un “cañazo” para combatir el frio y el cansancio.
Solo le quedaba “encumbrar” la subida del panteón cuando la mula y los perros se pusieron nerviosos y perturbados, Nachito siempre había caminado por ahí y no sintió temor alguno, pero “el kenedy” y “el jolopo” aullaban con miedo y desconfianza.
De pronto, del lindero de la finca del tío Meli salió un toche de color blanco, era de esos que ya no crecen; Nachito, que heredo la escopeta llena de herrumbre olvidada en la cueva de La Laguna por “el general Morales” y que era motivo de charla y chisme cuando invitaba el chilatole de pollo con queso fresco en su granja “La Gorzoma” ubicada por la "Cuesta del Vaquero" y en donde solía abrumar a los invitados con sus historias de cacería, armas y demás historias relacionadas.
Muchas cosas cruzaron por la mente de "Ron Nacho" pero cuando reacciono don Nacho para azuzar a sus perros, estos ya iban detrás del armadillo que a toda velocidad bajaba la cuesta, los perros eran buenos para el animal y más temprano que pronto le daban tarascadas a la cola del toche que, al verse alcanzado y atrapado opto por enroscarse y ocultarse en su caparazón y seguir la inercia de su carrera y el impulso que le daba la bajada.
Ahí termino sus días el toche o armadillo, en una rocas filosos y puntiagudas que sobresalían en inicio de la cuesta fue a darse tremendo golpe que le partió la concha , los perros llegaron a él armadillo y al verlo moribundo solo daban gruñidos para que no intentara huir, Nachito llego corriendo a la base de la empinada cuesta y para sus sorpresa, a medida que el toche se iba enfriando a causa de su muerte el armadillo se iba convirtiendo en un hombre vecino de Tecoaque y que le decían “el nahual”.
Don Ignacio solo se santiguo, amarro a sus perros y arreo su mula, ahora la noche caía plena y sin luna, sin estrellas y sin cocuyos.
Desde ese día esa ladera recibe el nombre de “La Cuesta del Toche”

La llorona del arroyo de San Marcos de León 
La leyenda de la llorona

“El Chochomi” venia feliz de ver a la que a la postre sería la mama de “las cuatas”, ya casi era de madrugada, pero siempre pasaba lo mismo, al terminar de platicar con su novia pasaba al billar o a jugar una “brisca” o un “conquián” allá por la casa del “Charro Negro”, montados en las piedras que se apilaban matemáticamente para servir de asientos y mesa para jugar baraja bajo los árboles frente a la casa del “Cahüich”, ahí se juntaba toda la palomilla por las tardes a jugar rayuela y por las noches a repasar el libro de los cuatro reyes.       
Como siempre sucedía, el tiempo paso volando, solo se dieron cuenta de la hora porque “Don Timo” saco su viejo reloj de ferrocarrilero que siempre traía amarrado con una “piola” al ojal de la chaqueta y dijo: - “ya es hora de que el chivo mame”
         Los que iban ganando recocieron las pocas monedas que les correspondían y los que perdieron ni hasta mañana dijeron pues esa noche se habían quedado sin unos pesos menos y sin tomar café caliente servido por sus respectivas esposas.
         “El Chochomi” salió volando hacia su casa entraba a trabajar al primer turno en la “La Purisima” y ya pasaba de las doce de la noche y si su papa, Don Victorino se daba cuenta de la hora en que llegaba a su casa, menudo regaño recibiría pues el Tío Victorino era de carácter fuerte y educaba a sus hijos con un rigor excesivo.   
         Al llegar al "zapote", justo donde crece la buganvilia más arcaica del pueblo, le dieron ganas de echarse una firma y para eso se le ocurrió arrimarse al puente de piedra que servía para pasar el arroyito de pasaba justo detrás de la casa de “El Molinero” había una llave pegada a un tubo de tres pulgadas que suministraba agua que venia del manantial que estaba a un lado del antiguo salón ejidal, de este manantial tomaban agua fresca y pura los chavitos al salir de la escuela y los más maldosos pasaban a robarle los peces al “Changuera” en el tanque del que tomaban agua las bestias de carga en época de cosecha.
         En la oscuridad de la noche “El Chochomi” vio una sombra que vestida de color blanco y diáfano que lavaba ropa en las piedras del arroyo, con sus veinte años encima no se le ocurrió otra cosa más que brincar al lecho del riachuelo y ayudar a la mujer que tan tarde enjabonaba trapos y vestidos.
         Justo cuando llegaba frente a la mujer esta levanto la cara y el joven acomedido solo distinguió entre sombras y velos que la mujer tenía, la facha de una mula o algo parecido o similar, no se quedó a investigar el porqué del aspecto tan diabólico de la mujer del cabello largo y vestido largo de color blanco, solo atino a salir corriendo del lugar y alejarse del maligno ser, salió asustado corriendo despavorido y sintiendo los pasos de la mujer tras él.
         Llego a la carretera, los billares de “El Viejo Alegre” ya estaban cerrado y fue ahí, en la esquina de la calle principal donde escucho un grito estridente y desgarrador: ¡Haaaaaaaaaay miiiiiiiiiis hiiiiiiiiiiiiiiijoooooooooooooooooooos!, lamento que en la oscuridad de la noche sonaba ensordecedor y lastimero, clamor que se fue alejando en la penumbra de las calles y callejones de San Marcos de León. 


El hombre de negro de la calle nueva. 

El enano de la calle nueva
         La “tía Delfi” vivía al en la calle nueva, casi llegando a la bajada del rio, usaba un lenguaje muy jarocho, recuerdo muy bien que cuando salía de la escuela, dejaba mi morral de los útiles escolares y salía corriendo para su casa, a esa hora ella anda cuidando sus plantas y nos daba chance de subirse a cortar naranjas mandarinas que tenía en su huerto, en el patio de su casa había un pozo de agua de gran profundidad, se asomaba uno y se veía oscuro y brumoso, para sacar el agua se necesitaba una reata muy larga, cuando nos veía asomarnos al pozo nos gritaba: – chiquillos pendejos, no se asomen al pinche pozo, que no ven que ahí vive el recabrón Diablo y los va a jalar de los pelos – y se soltaba una risa que apenas se escuchaba.
         Le gustaba salir a caminar por todo el pueblo, pues le gustaba platicar las horas con las vecinas y amigas de los acontecimientos pueblerinos, iba a visitar a Don Nelillo que era su hermano y regresaba a casa cargando ramas de plantas y hojas que sembraría en el patio de su casa y que cuidaba como si fueran de cristal cortado.
         A veces se le hacía noche, pues era muy lenguarica y se le pasaba el tiempo charlando con quien se encontrara en el camino. Como en esa época solo había una tele en casa de “la Concha” ahí se quedaba a ver las telenovelas y como no le cobraba “el Venao” pues ella estaba más a gusto que nadie.
         La calle Nueva era de nombre solamente, era una calle oscura y empedrada, no había luz en los postes y con las plantas que había en los patios de las casas que daban a esa calle se hacía más tenebrosa la noche.
         Sucedió un día que la “la tía Delfi” caminaba a media noche rumbo a su casa y justo en el zaguán de don Héctor le dieron ganas de orinar, ella solo volteo hacia la calle principal y como vio que no venía nadie por el callejón, se subió la larga falda, naguas y todo lo que se usaba en la época y se encuclillo plácidamente a “hacer del cuerpo”, una senda liquida y brillante se dibujó en la bajada del zaguán y la “tía Delfi” seguía con la mirada el pequeño riachuelo que se detuvo justo en los pies de un niño que miraba a la tía encuclillada, era un hombre vestido de negro, con unos bigotes largos y una barba que terminaba en pico, las orejas terminaban en punta hacia arriba y sus ojos eran alargados y burlones, llevaba un sombrero de copa, una capa del mismo color oscuro y un bastón que movía como si fuera aprendiz de bastonero.
         La tía se quedó petrificada y el hombrecillo se quedó igual, no supo la viejita que tiempo se quedaron mirando mutuamente, pero ella puso a funcionar su mente jarocha y grito:  – chiquillo pendejo hijo de tu madre deja de estarme espiando o te acuso con tu papa – Al decir esto el enanito se esfumo en medio de una nube negra y olorosa y la tía Delfina se levantó tranquilamente, se acomodó el refajo de trapos y camino rumbo a su casa a las risas. Al día siguiente, vecinos y familiares se enteraron, de viva voz y con pelos y señas, del hombrecillo de negro que salía en el callejón llamado la calle Nueva. 
NOTA:
Los nombres de personas, lugares y animales son ficticios, cualquier parecido con personas, lugares y animales de la vida real es mera coincidencia.

© 2012 Copyright
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, por cualquier medio o procedimiento, sin para ello contar con la autorización previa, expresa y por escrito del editor. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor. Derechos Reservados Conforme a la ley

No hay comentarios:

Publicar un comentario